Erskine Caldwell (1903 -
1987) fue un escritor estadounidense, desde muy niño por las labores de su
padre se movilizo de uno a otro de los estados del Sur de Estados Unidos, lo
que le llevo sentir de primera mano los sufrimientos de la gente de Georgia y
demás del sur de EEUU, Su Gran preocupación por los menos favorecidos es lo que
se plasma en sus principales obras.
Flores Silvestres (Wild Flowers) es una cuento corto de Erskine Caldwell, fue publicado en 1983 como parte un compilado de historias que lleva el nombre de Southways. Flores Silvestre, no es uno de los cuentos más conocidos de Erskine, es más basta buscarlo por Internet para no encontrar mucho rastro de él, sin embargo es de aquellos cuentos que te llevan la reflexión por lo profundo del mismo.
FLORES SILVESTRE
Flores Silvestres (Wild Flowers) es una cuento corto de Erskine Caldwell, fue publicado en 1983 como parte un compilado de historias que lleva el nombre de Southways. Flores Silvestre, no es uno de los cuentos más conocidos de Erskine, es más basta buscarlo por Internet para no encontrar mucho rastro de él, sin embargo es de aquellos cuentos que te llevan la reflexión por lo profundo del mismo.
FLORES SILVESTRE
El sinsonte que se había
posado sobre el tejado durante toda la noche llenando el aire frió con su
música, había desaparecido al amanecer. Había un silencio profundo y tan
misterioso como la planicie arenosa que se extendía millas y millas en todas
las direcciones. Las sombras sobre la arena blanca empezaron a juntarse bajo
los árboles y alrededor de los postes de la cerca, y difundían por el suelo el
follaje de las ramas y los tablones difusos de la valla de madera.
El sol subió rápidamente,
propulsándose hacia arriba como si tuviera prisa por superar las copas de los
pinos y poder brillar sobre la planicie desde allí hasta el golfo.
En la casa, el dormitorio
estaba iluminado y caliente. Nellie llevaba despierta desde que se había ido el
sinsonte.
Estaba echada de costado y
tenía un brazo debajo de la cabeza. EI otro brazo rodeaba su cabeza y
descansaba sobre la almohada. Parpadeo. Luego, durante un minuto, sus parpados
dejaron de moverse. Volvió a parpadear seis o siete o nueve veces seguidas.
Espero pacientemente a que Vern se despertara.
Cuando Vern llegó a casa la
noche anterior no la despertó. Se había quedado despierta esperándolo todo el
tiempo que pudo, pero le había entrado tanto sueño que sus ojos no aguantaron
abiertos a que el regresara.
La cabeza oscura sobre la
almohada que tenía a su lado parecía cansada, extenuada. La frente de Vern,
incluso cuando estaba dormido, se arrugaba un poco sobre la nariz. En los
rabillos de los ojos la piel era más oscura que en otros sitios. Se acercó con
mucho cuidado y le besó la mejilla que tenía más cerca. Quiso rodear su cabeza
con ambos brazos y acero y besarla una y otra vez y apretarla contra su cara.
De nuevo empezó a parpadear
incontrolablemente.
-Vern -susurró bajito-. Vern.
El abrió los ojos despacio y
los cerró de nuevo rápidamente.
-Vern, cariño murmuró ella
con el corazón latiéndole a toda prisa.
Vern volvió la cara hacia
ella. Hundió la cabeza entre el brazo y el pecho de ella hasta que Nellie notó
su aliento en el cuello.
-Vern - Susurró.
El notó los besos en sus
ojos, mejilla, frente y boca. Ya estaba despierto. Alargó las manos hacia el
cuerpo de ella y se acercaron hasta estar bien prietos.
-¿Qué ha dicho, Vern?
-preguntó finalmente, incapaz de esperar más- ¿Qué ha dicho?
El abrió los ojos y la miró.
Estaba totalmente despierto.
Ella pudo ver la respuesta
en su cara.
-¿Cuándo, Vern? -dijo.
-Hoy-dijo, cerrando los ojos
y metiendo de nuevo la cabeza en el calor de su esposa.
Los labios de ella temblaron
un poco al oír sus palabras. No lo pudo evitar.
-¿Adónde vamos a ir, Vern? -
preguntó como una niña pequeña y mirando sus labios a la espera de una
respuesta.
Vern movió negativamente la
cabeza y la empujo contra el pecho de ella, cerrando los ojos al contacto con
su cuerpo.
Durante un rato
permanecieron en silencio. El sol había calentado la habitación hasta que
pareció que el verano había regresado, en lugar de encontrarse a principios de
otoño. Del alféizar de la ventana subían pequeñas ondas de calor. El verano
duraría un poquito más antes de que llegara el invierno.
-¿Le dijiste...? - dijo
Nellie. Se detuvo y bajó la mirada hacia la cara de Vern - ¿Le dijiste lo mío,
Vern?
-Sí
-¿Qué dijo?
Vern no respondió. Empujó la
cabeza contra su pecho y la sostuvo con fuerza, como si estuviera buscando
comida que lo alimentara y le diera fuerzas para levantarse y permanecer en la
habitación vacía.
-¿No dijo nada, Vern?
-Dijo que no lo podía
evitar, o algo así. No recuerdo lo que dijo, pero sé lo que quería decir.
-¿No le importa?
-Supongo que no, Nellie.
Nellie se puso rígida.
Tembló un instante, pero tenía el cuerpo rígido, como si no tuviera control
sobre él.
-Pero a ti te importa lo que
me pase, ¿no?
-Por Dios, sí -dijo él - Es
lo único que me importa. Si algo pasara...
Durante un rato
permanecieron en brazos uno del otro. Sus divagaciones los iban despertando más
y más.
Nellie se levantó la primera. Se vistió y salió de la
habitación antes de que Vern tuviera tiempo de averiguar cuánto tiempo había
pasado. Saltó de la cama se vistió y fue rápidamente a la cocina para encender
el fuego. Cuando lo hubo encendido Nellie ya había empezado a pelar las
patatas.
No hablaron demasiado
mientras desayunaron. Tenían que marcharse y tenían que hacerlo ese día. No
había nada más que pudieran hacer. Los muebles no les pertenecían tenían tan
poca ropa que no sería un problema llevársela.
Nellie lavó los platos
mientras Vern lo preparaba todo. Después ya no hubo nada más que hacer e
preparar un fardo con sus pantalones y camisas, otro con la ropa de Nellie, y
ponerse en marcha.
Cuando estuvieron listos,
Nellie se detuvo junto a la valla y miró hacia la casa. No le importaba dejar
ese lugar, a pesar de que había sido el único hogar que ella y Vern habían
tenido. La casa estaba tan ruinosa que probablemente se derrumbaría en pocos
años. El techo tenía goteras, un lado de la casa se había deslizado más allá de
los postes de apoyo y el porche estaba todo combado hasta el suelo.
Vern esperó hasta que ella
estuvo lista para marchar. Cuando se dio la vuelta, sus ojos estaban llenos de
lágrimas. Pero en ningún momento volvió a girar la cabeza. Cuando hubieron
caminado una milla, la carretera hizo una curva y los pinos taparon la casa.
-¿Adónde vamos, Vern? -dijo
ella mirándolo a través de las lágrimas.
-Tendremos que ir caminando
hasta que encontremos un lugar- dijo. Él sabía que ella sabía que en estas
tierras de pinos y arena las granjas y casas estaban separadas unas diez o
quince millas las unas de las otras-. No sé lo lejos que tendremos que ir.
Mientras caminaba con
dificultad por la carretera de arena, pudo oler la fragancia de las últimas
flores de verano. Las hierbas y matorrales las escondían, pero siempre que
podía se detenía un instante y buscaba flores silvestres por la cuneta. Vern no
se detenía y ella siempre tenía que correr para atraparle antes de llegar a
encontrar alguna flor.
A media tarde llegaron a un
arroyo donde se estaba fresquito y había sombra. Vern encontró un lugar donde pudieron
echarse. Antes de sacarle los zapatos para que descansara los pies, Vern
preparo un lecho de pinaza para que ella pudiera acostarse. Luego cogió varios
puñados de musgo de los árboles que puso debajo de su cabeza. El agua que le
llevó para beber tenía gusto a hojas y hierba, y era fresca y clara. Ella cayó
dormida tan pronto hubo bebido un poco.
La tarde ya estaba avanzada
cuando Vern la despertó.
-Nellie, has dormido durante
dos o tres horas - dijo - ¿Crees que podrás caminar un poco más antes de que
anochezca?
Ella se incorporó, se puso
los zapatos y lo siguió hasta la carretera. En cuanto se puso en pie notó que
se mareaba. No quiso decir nada a Vern para no preocuparle. Cada paso que daba
era doloroso. A veces era casi insoportable y se mordía el labio y apretaba los
puños, pero continuaba caminando a su lado aunque manteniéndose fuera de su vista
para que él no se diera cuenta.
Al ponerse el sol ella se
detuvo y se sentó al borde de la carretera. Sentía que nunca más podría dar un
paso. Los dolores que sentía la habían hecho palidecer y notaba como si le
hubieran arrancado las extremidades. Antes de darse cuenta se desmayó.
Cuando abrió los ojos, Vern
estaba arrodillado a su lado, abanicándola con su sombrero. Ella lo miró y
trató de sonreír
-¿Por qué no me has dicho
nada. Nellie? -dijo-. No sabía que estuvieras tan cansada.
-No quiero estar cansada –
dijo ella- Supongo que no lo podía evitar.
La miró durante un rato y
siguió abanicándola.
-¿Crees que pasará antes de
que lleguemos a algún sitio? -preguntó con ansiedad-. ¿Qué piensas, Nellie?
Nellie cerró los ojos y
trató de no pensar. No habían pasado a una casa o granja desde que habían
salido esa mañana. No sabía cuánto faltaba para llegar a un pueblo y tenía
miedo de pensar en lo lejos que estaba la siguiente casa. La asustaba el mero
hecho de pensar.
-Creía que habías dicho que
faltaban dos semanas. -dijo Vern - ¿No es así. Nellie?
-Es lo que pensaba - dijo
ella - Pero ahora será distinto. Caminando así, todo el día...
Se le cayó el sombrero de la
mano y miró a su alrededor confundido. No sabía qué hacer, pero sabía que tenía
que hacer algo por Nellie en ese mismo momento.
-No puedo estar así- dijo-.
He de hacer algo. La cogió en brazos y la llevó al otro lado de la carretera.
Encontró un lugar donde la pudo recostar bajo un pino. Luego desató los fardos
y le puso algo de la ropa debajo de la cabeza y la tapó con el resto.
El sol se había puesto y
estaba oscureciendo. Vern no sabía qué hacer. Tenía miedo de dejarla sola en el
bosque pero sabía que tenía que conseguir ayuda.
-Vern- dijo ella, alargando
la mano para tocarle.
Él la agarró con fuerza y
acarició sus dedos y su muñeca.
-¿Qué pasa, Nellie?
-Me temo que va a pasar...
pasar… en seguida…- dijo débilmente y cerró los ojos antes de poder terminar.
Él se inclinó y vio que sus
labios estaban lívidos y su cara blanca como nunca había visto. Mientras él la
miraba el cuerpo de ella se puso rígido y Nellie se mordió el labio para evitar
gritar de dolor.
Vern se levantó de un salto
y corrió a la carretera para mirar a un lado y a otro. La noche había caído con
tanta rapidez que no era capaz de ver ni campos ni claros que indicaran si alguien
vivía cerca. No había señal de ninguna casa ni de gente cerca.
Regresó corriendo junto a
Nellie.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-Si pudiera dormir - dijo
ella - creo que estaría bien durante un rato.
Se echó junto a ella y la
rodeó con los brazos.
-Si supiera que no ibas a
tener miedo, subiría por la carretera hasta encontrar una casa y conseguir un
carro o algo para llevarte. No puedo dejarte aquí, en el suelo, durante toda la
noche.
-¡Puede que no vuelvas a
tiempo! - gritó ella desesperadamente.
-Iré lo más rápido que pueda
- dijo él-. Correré hasta encontrar a alguien.
-Si vuelves en dos o tres
horas - dijo ella creo que seré capaz de soportarlo. Pero más que eso no creo
que pueda soportarlo.
Él se levantó.
-Me voy - dijo.
Corrió carretera arriba tan
rápido como pudo, recordando cómo había rogado que los dejaran quedarse en la
casa un poco más para que Nellie no tuviera que caminar así. La única respuesta
que obtuvo, incluso después de explicarlo todo sobre Nellie, fue una negativa
con la cabeza.
Después de eso ya no tenía
sentido rogar. Lo echaban y no había nada que hacer. Estaba seguro de que le
debían dinero por su cosecha de este otoño, incluso unos pocos dólares, pero
sabía que tampoco valía la pena discutir sobre eso. Había regresado a casa esa
noche sabiendo que se tenían que ir. Tropezó y se precipitó al suelo.
Al levantarse vio una luz a
lo lejos. Era un rayo pálido procedente de una ventana cerrada con un tablón.
Pero era una casa y alguien vivía en ella. Corrió tan rápido como pudo.
Cuando llegó a la casa un
perro se puso a ladrar, pero no le prestó atención. Subió hasta la puerta y
empezó a golpearla con los dos puños.
-¡Déjenme entrar! -gritó - ¡Abran
a la puerta!
Desde dentro alguien gritó y
varias sillas cayeron al suelo. El perro salió de debajo de la casa y empezó a
mordisquear las piernas de Vern. Trató de apartarlo de una patada, pero el
perro era tan decidido como él y volvía a atacarle con mayor ferocidad.
Finalmente abrió la puerta de un golpe, rompiendo la cerradura.
Varios negros estaban
escondidos en la habitación. Podía ver sus cabezas y sus pies debajo de la
cama, detrás de un baúl y debajo de la mesa.
-No me tengáis miedo -dijo
con toda la calma que pudo-. He venido a buscar ayuda. Mi esposa está en la
carretera, enferma. Tengo que llevarla a alguna casa. Está echada en el suelo.
El hombre más viejo un negro
de pelo gris que parecía tener unos cincuenta años, salió de debajo de la cama.
-Yo le ayudaré, jefe -dijo-.
No sabía lo que quería cuando ha venido gritando y chillando. Por eso no le he
abierto la puerta ni le he dejado entrar.
-¿Tiene un carro o algo así?
- preguntó Vern.
-Tengo un carro de un
caballo - dijo el hombre- George, tú y Pete id a atar la mula al carro. Daos
prisa.
Dos muchachos salieron de
sus escondites y salieron corriendo por la puerta trasera.
-Necesitaremos un colchón o
algo así donde pueda acostarse - dijo Vern.
Una mujer negra empezó a
sacar las sábanas de la cama y Vern cogió el colchón y lo sacó por la puerta
delantera a la carretera. Mientras esperaba a que los muchachos trajeran el
carro, caminó de arriba abajo tratando de con vencerse de que Nellie estaría
bien.
Cuando el carro estuvo listo
todos subieron y se pusieron en camino con tanta rapidez como lo permitía la
mula. Tardaron menos de media hora en alcanzar la arboleda donde Vern había
dejado a Nellie. Entonces se dio cuenta de que se había ido durante tres horas
o más.
Vern bajó de un salto y la
llamó. Ella no respondió. Corrió hacia el talud y cayó de rodillas junto a su esposa.
-¡Nellie! - dijo
sacudiéndola- ¡Despierta, Nellie! ¡Soy Vern, Nellie!
No podía hacer que hablara.
Puso su cara junto a la de ella y notó su mejilla fría. Le puso las manos en la
frente y estaba fría también. Entonces cogió sus muñecas y las sostuvo con los
dedos mientras apretaba su oído contra el pecho.
Finalmente el hombre negro
logró arrancarlo del cuerpo de Nellie. Durante un rato no supo dónde estaba ni
lo que había ocurrido. Parecía como si su mente se le hubiera quedado en blanco.
El negro intentó hablar con
él, pero Vern no oía nada de lo que le decía. Sabía que había pasado algo y que
la cara y las manos de Nellie estaban frías y que no podía oír el latido
de su corazón. Lo sabía, pero no podía creer que fuera verdad.
Cayó al suelo, apretó la
cara contra la pinaza y sus dedos se hundieron en la tierra suave y húmeda.
Podía oír voces por encima de él, y podía oír lo que las voces decían, pero
nada tenía sentido. En algún momento tendría que preguntar por el bebé, por el
bebé de Nellie, por su bebé. Sabía que pasaría mucho tiempo antes de que
pudiera preguntar algo así. Pasaría mucho tiempo antes de que las palabras
volvieran a tener algún significado.
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